Blue Monday

Aceptar-una-FIV-negativaAbres Instagram y ves esa foto que te han obligado a hacerte tus compañeras al bajar a tomar café. Tú no ves más que tus ojeras eclipsando esa falsa sonrisa que has esbozado y te preguntas una vez más por qué te has dejado hacer esa foto. Seguramente por no discutir. Ya estás harta de eso.

Otra vez en tu mesa y otro día horrible. Hace frío, no tienes dinero después de la cuesta de enero y te acaban de bajar el sueldo «por la crisis». No tienes fuerzas para salir a hacer deporte y te ves terrible después de los excesos navideños. Tienes un mal día. Como el anterior, y como el anterior al mismo. No tienes ganas de nada, sólo esperas un momento que te devuelva un poco los ánimos, la ilusión. A todos debería pasarnos algo bueno, simplemente porque sí. Bueno, qué demonios, porque nos lo merecemos. Nos pasamos la vida esforzándonos, muchas veces olvidándonos de nosotros mismos y no recibimos mucho más que rutina, fracaso, silencio, cansancio. Respiras hondo para que no se te escapen las lágrimas y vas a por el segundo café del día. Muy caliente, porque hace frío, mucho frío.

Puede que pienses que no sabes lo que te pasa. Salesa dar una vuelta para despejarte a la hora de comer y, al caminar por la calle, te resbalas con las hojas que hay caídas por el suelo y les das patadas. Te estás convirtiendo en una persona amargada. Y es una lástima, pues no es porque no luches, sino porque la realidad acaba por disolver tus ilusiones. Ni siquiera ves que te estás marcando metas demasiado altas y que por eso ya no valoras nada de lo bueno que hay en tu vida. Tanto frío, tanta carencia, tanta negatividad te han dejado ciega. Puede que lo único que necesites sea despejarte. Una buenas vacaciones con un poco de sol y de tranquilidad, separarte de todo y volver con las pilas recargadas. Pero estamos en enero. Así que toca esperar.

Al menos hoy te han dejado salir a tu hora. Piensas que ni siquiera tienes algo apetecible en la nevera , pero que no tienes ninguna gana de hacer la compra. Abres la puerta con un chirrido incómodo y miras la gotera que tienes en la entrada antes de fijarte en la cajita que está en medio del pasillo. Extrañada, la desenvuelves y encuentras una tableta de tu arca de chcolate preferido y un sobre con una nota.

«Estamos abajo, donde siempre. ¡Te vamos pidiendo una caña!»

 

Lo bueno de un día tan horrible como el de hoy es que no hace falta mucho esfuerzo para conseguir mejorarlo.

You work at a smile and you go for a ride
You had a bad day
You’ve seen what you like
And how does it feel for one more time
You had a bad day
You had a bad day

¡Feliz peor día del año a todos!

Y en la columna de la derecha os podéis suscribir 🙂

El fin del mundo

MageritSales a la calle y lo descubres. Puede que te hayas dado cuenta al mirar al cielo, pero normalmente es una sensación más relacionada con tu interior. Intentas mirarte y lo ves todo negro. No hay camino, no hay salida. No hay luz al final, porque ni siquiera hay un túnel. Y ves pasar tu historia, esa corta historia, de un año o de tres, de seis meses… a veces incluso de veinte. La ves porque sabes que se ha acabado. Que ya no hay nada más. No hay futuro, no hay hacia dónde mirar. Todo se extingue, se deshace como si fuera arena.

Ves lo bueno de tu historia, que te mantenía enganchado a seguir adelante. Lo malo, que dolía y te dejaba hundido, pero de alguna forma lograba fortalecerlo todo. Pero ya da igual. Se acabó. Y no habrá un mañana, así que no hay que preocuparse. Si quieres, puedes llorar. Ya no importa.

Todos somos supervivientes. De una o de mil historias. Hemos caído y nos hemos vuelto a levantar. En cada una de esas ocasiones hemos sentido que el fin del mundo había llegado. No existía nada. Ni siquiera aquel dulce dolor que a veces valía la pena. O aquella preciosa sensación de calma que inundaba nuestro pecho. Hacía que nos sintiéramos vivos. Y, ese fin del mundo lo acentuaba más. Porque sentíamos esa sensación de que eran nuestros últimos instantes, previos a la absoluta desaparición. Qué tontos somos los seres humanos, que a veces preferimos sufrir para saber que estamos vivos a no sentir absolutamente nada. Luego llegan estos días y nos sentimos como si el sol nunca fuera a volver a salir. Como si las calles fueran a quedarse desiertas y nosotros, en un momento u otro pudiésemos desaparecer también. Y ya daría igual. Porque no hay nadie a quién le importe. El mundo ya no existe.

Hoy es martes, 28 de octubre. El Martes. Otro aniversario del fin del mundo. Uno como otro cualquiera. Y no te has muerto. Pero con cada uno de ellos posiblemente sientas esa sensación de muerte, ese dolor de no querer decir adiós. Una palabra tan corta y tan difícil de decir. Y luego, verás que sigues vivo. Aunque jamás habrías pensado que podrías salir adelante. Pensabas que no podía haber nada más. Pero hoy, un aniversario más, descubres que te habías equivocado.

 

Recuerda que puedes suscribirte en el botón de la derecha para leer más historias cantadas.

Refugio

Tonta. Niña tonta, niña estúpida, niñata. ¿No ves lo que te haces? En serio, ¿no lo ves? Lloras, creas, inventas, pero a todo el mundo le da igual. Sólo les importa lo que haces por ellos. Y lo peor es que ni siquiera puedes quejarte: fuiste tan complaciente en tu afán por agradar, porque todos te quisieran, que te olvidaste de ti misma. ¿Cómo no se iban a olvidar los demás? Si te tratas a ti misma como un trapo, así lo hará el mundo.

RefugioTe diste cuenta, una y otra vez. Pero es algo que no eras capaz de desaprender. Algo que casi parece formar parte de tu propia naturaleza, como si tener un corazón demasiado bueno sólo te fuera a traer decepciones, y el olvido. Así que te volvió a ocurrir. Volviste a olvidarte, volviste a caer en tu propia trampa de forzada empatía y buena disposición. Y así has terminado.

Poco a poco creaste el muro, te alejaste de la realidad porque a veces se te hacía demasiado insoportable. Al principio fue imperceptible: dejaste de contar cómo estabas porque a nadie le gustan las frases negativas. Luego dejaste de salir, para no tener que poner buena cara a gente que te había hecho daño. Y fuiste sustituyéndolo todo por esta otra dimensión. En ella bailas, tentadora, pero nadie te ve bailar. Escribes historias que nadie quiere conocer. Tomas fotografías que nadie quiere ver. Esa genialidad, esa creatividad, sigue ahí: los colores que inventaste, las novelas que escribiste y que casi te habrían llevado al éxito. Pero que al final te llevaron a ponerte la zancadilla a ti misma. Sola. Desatendida. ¿A quién le importa ya?

Algunas veces, cuando estás conmigo, lloras. Puede que sea ya la única conexión que tienes con la realidad. Pero ni siquiera ese llanto se percibe más allá de un tenue lamento. Has aprendido a no molestar a nadie con tus problemas, con esas tonterías, como tú las llamabas, porque así fueron siempre tratadas por los demás.

Puede que tengas razón. Creo que a nadie le importa. Yo sólo te veo una vez por semana, cuando paso consulta y escondes tus creaciones justo antes de yo entre en tu habitación de la clínica. Tus cuantos, tus fotos, tus figuritas, todo cae de golpe en un gran arcón blanco y echas el cerrojo. Escondes la llave. Ya no quieres que nadie mire.

Ya nunca dices nada. Ya no hablas, imagino que ni siquiera tienes ganas de hablar. Aunque una parte de mí siente pena, porque veo, a través de esa mirada desencantada, una luz y unas ganas de comunicarse que me iluminarían sólo con un par de frases. Como cuando sentías que eras genial y no habías sufrido tanto.

A veces pienso que nunca saldrás de esa celda que tú misma te impusiste. Encontraste el alivio de todo en escribir, en crear un pequeño mundo que fuera tuyo y de nadie más, donde nadie pudiera olvidarse ya de ti. Donde pudieras estar siempre presente, para ti misma y para los otros. ¿Y sabes lo que pienso? Que me da igual. Sólo soy tu psiquiatra y cada día, cuando me quito la bata, desconecto de mi trabajo y vuelvo a casa.

Solamente cuando camino por los pasillos de la clínica y veo cómo vuelves a sacar todos tus tesoros del arcón, cuando veo la ilusión que ilumina tu cara durante esos momentos, me pregunto algo: ¿es tu solución la mejor? ¿No estaremos los demás equivocados y tú tienes más razón que nadie, creando un mundo pequeñito a tu medida en el que has renunciado a que te quieran y así también a sentir que para los demás únicamente formas parte del olvido? ¿Eres feliz al fin? ¿Diste con lo que buscabas?

Tell me, did you find
all your explanations inside your
Diorama?

Fotografía: Mygotyk.com

Y recuerda que en la columna de la derecha puedes suscribirte para leer más historias cantadas.

Endimión (por Armando Valdemar)

caminante_ante_un_mar_de_niebla- gaspar friedrichUna vez hubo océanos, cubiertos de infinitas sombras argénteas, todavía era joven la Tierra.

De eso y más, hace mucho ya…

Yo era un muchacho imprudente. Orgulloso, creí conocer miríada de cosas. Entendía tan poco, que no me daba cuenta que demasiado había por comprender.

Para mi esta vida fue un viaje, a través de arroyos y montañas, un vagar en el cual alcé la vista por el sendero que te descubrió ante mi.

—Te alcanzaré —te dije—. Incluso cuando el invierno de mi vida me llegue, Selene, te alcanzaré…—.

Dormida sobre los bosques, soñabas consciente. Serena belleza de plata, dijiste ”te amo” al verme. Sorpresivo momento, ya nunca más me vi triste.

Aún recuerdo aquel amor en invierno, tu secreta luz en verano, esos arcanos susurros en mis desvelos.

En el amor, las palabras quedan en el viento y los versos en un diario. Lo amado se atestigua siempre, perenne como las sombras sobre las rocas.

Pese a todo, te seguiré; donde quiera que mores, te buscaré. Siempre a través de la noche, Selene, pero te seguiré.

Asi es el amor de impulsivo: emoción pura y estrépito cuando sobre el océano por fin te oísusurrar:

—Quédate conmigo eternamente. Ahora y siempre, abrázame….

No hay pensamientos, solo acto.

Fugaz tragedia, zambullida y renacimiento,

Amor secreto en la profundidad,

Destino, fatalidad y anhelo,

Por fin, felicidad.

 

“El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”. Nietzche

Este mes colabora con este genial relato el escritor Armando Valdemar, que estudiante de doctorado de Historia Universal, es autor de la antología de relatos Crónicas de Gaia: Génesis. Podéis leer aquí la precuela ya publicada de la saga Crónicas de Gaia: Renacimiento, una colección de obras de ciencia ficción “clockpunk” y terror gótico que verá la luz próximamente.

 

Y recuerda que en la columna de la derecha puedes suscribirte para leer más historias cantadas.

 

Alegato

Encerrado-celda-aislamiento_TL5IMA20080718_0003_4El juez me miraba con expresión severa. Sabía que no había esperanza. Sin embargo, tragué saliva y me puse en pie, dispuesto a hablar antes de que se retirase a deliberar, tal y como había solicitado.

—Mire usted, yo sé que todo esto de lo que se me acusa es terrible, no voy a negarlo —admití con una voz tan penosa que ni siquiera me sonó como mía—. Pero también creo que puedo seguir alegando que no estaba en mis cabales. Y creo que hasta usted podría entenderme.

El juez resopló y apoyó los antebrazos sobre su mesa.

—A ver, explíquese.

—Señoría, es que estaba enamorado —me temblaba la voz al responder, pues quería llorar—. Y todos hacemos locuras por amor. Ese tipo de cosas que, hasta que no las vemos desde fuera, no somos capaces de asumir. Que nos parecen estúpidas cuando vemos a nuestros amigos hacerlas. Les avisamos, les advertimos… es una absoluta enajenación mental. Por favor, intente comprenderlo. Lo único que me ha guiado en todos estos hechos de que se me acusan ha sido el amor. ¿Es que usted nunca ha estado enamorado?

El juez se rascó el cuello por debajo de la túnica mientras volvía a resoplar.

—Por supuesto que he estado enamorado y he hecho algunas tonterías por amor. Tonterías como perdonar desplantes o malas actitudes, mentiras o incluso traiciones. Pero siempre llega un momento en que todos debemos poder despertar de esa enajenación, como usted la llama, porque nuestro cerebro nos avisa de que hemos ido demasiado lejos. De que la situación en la que nos estamos metiendo es disparatada, humillante para nosotros e incluso peligrosa. A usted no se le acusa de cualquier cosa. Se lo voy a recordar: tiroteo en el restaurante Yuan, asesinato de una niña quemándola a lo bonzo, llenar la bañera de su madre de serpientes y matar a su gato metiéndolo en el microondas… por no hablar de la invitación a los menores de una escuela infantil a tomar alcohol, ni del atropello reiterado a aquella mujer tan mayor… afortunadamente, gracias a su ensañamiento en este horrible acto, logramos dar con usted. Tenía aterrorizado a todo su barrio.

»Ahora tengo que preparar mi veredicto y mi sentencia. Pero no tardaré mucho.

Sin soltarme las esposas, los guardias me sacaron de la sala. Recorrí con la mirada a las personas que habían acudido al juicio. Y me di cuenta de que ella no estaba allí. Me había dejado solo. ¿Dónde estaría?

Entonces recordé aquel billete que la había visto comprar por internet. Las Bahamas. Y me di cuenta de que ya no iba a volver a verla. Tragué saliva, no quería llorar mientras hacía el camino por los pasillos de los juzgados.

Los guardias me dejaron en mi celda, para que esperase. Me la imaginé una vez más. Con aquella mirada hipnótica, su risa melódica… me la imaginé tomando el sol en una playa de una isla perdida, donde nunca nadie podría encontrarla. Sobre todo yo.

Me vinieron a la mente las palabras del juez:

Pero siempre llega un momento en que todos debemos poder despertar de esa enajenación, como usted la llama, porque nuestro cerebro nos avisa de que hemos ido demasiado lejos. De que la situación en la que nos estamos metiendo es disparatada, humillante para nosotros e incluso peligrosa.

Me llevé las manos a la cabeza, siendo, por primera vez, consciente de lo que me esperaba. Me iba a pudrir en la cárcel mientras ella disfrutaba de una vida de ensueño, muy lejos de mí.

Y desperté.

—¿En qué demonios estaba pensando? —grité en el interior de la celda de aislamiento.

Pero nadie me oyó.

 

Encerrado en la celda de aislamiento

espero el veredicto del juez.

Sólo en el último momento

me di cuenta de que hice una estupidez.

Me engatusaste con tus encantos,

me fascinó tu tono de voz.

Te decía “Por tí viviría en Tres Cantos”,

por ti viví en Badajoz.

Hipnotizado por tu mirada

me convertí en un juguete de tu colección.

Al servicio de tu mente malvada

sembraba el pánico y la destrucción.

Dime por qué, yeyeyeye

tratas de convencerme de

cosas que no uouououo,

cosas que nunca he querido hacer.

Tú me induces al mal…

Recuerda que en la columna de la derecha puedes suscribirte para leer más historias cantadas.

Imagen: forokd.com

Inseparables

Man Kissing Woman at BarLuces ese vestido rojo que tan bien te queda. Maldita sea, recuerdo que lo llevabas la primera vez que te besé. Sin embargo, ahora tonteas con otro. Le susurras cosas al oído, él te habla a ti también y tú te ríes, mientras sostienes la cerveza con la otra mano y de vez en cuando das un sorbo, mirándole a él con ojos golosos.

Me he distraído. La rubia que tengo frente a mí me acaricia el pecho a la altura de las clavículas y sonríe. Espera que la vuelva a besar. Y lo hago. Me encanta. Me olvido de ti. Pero, al girarme para ir a por una bebida, me giro y te veo enrollándote con ese tipo. Una punzada de celos se me clava, la adrenalina se quema en mis venas como el fuego más indómito.

La rubia me roza el cuello con los dedos. Me vuelvo a girar. Me encanta. Seguramente acabaré con ella en su casa una noche más. Mientras la aproximo hacia mí, agarrándola por la cintura, veo que te alejas de la mano con él entre la oscuridad del bar y de la multitud. Y os metéis en el cuarto de baño. Mi mente y mis emociones se dividen. Pero, finalmente, decido concentrarme en mi rubia. Sigo pensando que me encanta, aunque seguro que dentro de un par de días pierdo el interés.

Salís del baño abrazados y algo despeinados y yo trago saliva. Os apoyáis en la barra. Pedís algo y bebéis, sin soltaros, os besáis sin ningún tipo de pudor delante de todo el mundo. Yo sigo bailando con mi rubia y la beso cada vez con más pasión. Me estoy calentando. Demasiado. Demasiado rápido.

Él rebusca en el bolsillo de su pantalón, saca el teléfono móvil y sale a la calle. Yo me dirijo a la rubia:

—¿Podrías ir a buscar mi cartera al coche? Creo que la he olvidado en la guantera.

Ella sonríe y se va. Yo aprovecho tu momento de soledad y me acerco a la barra. Apoyo los antebrazos sobre la madera y me giro para mirarte. Tú bebes el último trago de tu copa y apoyas las manos también sobre la barra.

—Te parecerá bonito —me dices.

—¿Bonito?

—Sí, venir aquí a restregarme a tu rubia.

—¿A restregarte…? —No doy crédito—. Creo que podría decirte lo mismo.

—Ese tío me gusta. Y me gusta enrollarme con él.

—Lo mismo puedo decir yo de la rubia.

—¿Y yo ya no te gusto?

Me río. Poso mi mano sobre la sobre la tuya.

—Claro que sí. Cómo puedes pensar que no…

—Tienes el corazón dividido entonces… —dices con una sonrisa sarcástica.

—Debo confesar que sí. Aunque veo que tú también te has puesto celosa.

—Supongo que un poquito. Y estoy segura de que tú también —añade, mientras me pasa los dedos por el mentón—. Tal vez sea hora de admitir la verdad.

—¿Y cuál es la verdad?

—Que es cierto que nos gustamos, pero también que somos unos malditos promiscuos. Que nos sirve el argumento de que la carne es débil. Bueno… ¿me acompañas al baño?

Cojo tu mano y te sigo en la oscuridad. Antes de que él y ella vuelvan. Peco. Pecas. Pecamos.

Mea culpa.

 

In the crime of passion

I’m as guilty as you

 

Imagen: theguardian.com

Y recuerda que en la columna de la derecha puedes suscribirte para leer más historias cantadas.

Dormir. Olvidar. Esperar

sad-in-bedComo cada año, mis pulsaciones y mi temor se aceleraron al pensar en que se acercaba septiembre. Era como una maldición. Daba igual cómo hubiera ido el año, la fortaleza con la que yo abordase el nuevo curso. Irremediablemente, al llegar este mes recibía un terrible golpe. Aquel fatal sino había comenzado hacía ya siete años, cuando mis tres tías, con las que vivía, me anunciaron que mi padre estaba muerto. Lloré por alguien que no conocía, y entonces supe que pasaría años con esta sensación de dolor. La pérdida de un padre no se supera así como así, aunque no lo hayas conocido. Veinte años, por lo menos, pensé, hasta que me haya hecho a la idea.

Al año siguiente fue cuando me dijeron que tenía que empezar a ir a aquella escuela donde los niños eran tontos y me tiraban del pelo. Nunca hice amistad con ellos y siempre estaba deseando que terminase la clase para correr a casa con mis tías y refugiarme en sus abrazos o en un libro.

Al otro, mi tía Flora perdió la visión de su ojo derecho y hubo que empezar a ayudarla para hacer casi todo. Y aunque era una mujer con energía y siempre procuraba mantener su buen espíritu, se puso triste. Era como si su luz se hubiera apagado un poquito para siempre.

Un año más. Tuvimos que mudarnos de nuestra casita en el bosque. No me dijeron nunca por qué. Sólo que era peligroso, que alguien nos seguía y teníamos que protegernos. No os podéis imaginar cómo adoraba aquella casa. La nueva no estaba mal, pero ya no era lo mismo. No era mi hogar.

Y así cada año. Cada vez que lo pienso me convenzo más de que algo, alguien, desde algún lugar, está acechando con la única intención de hundirme poco a poco. No creía en la magia hasta hace poco, pero tenía aquella certeza totalmente asimilada en mi interior. Rosa, me decía a mí misma, ten cuidado este mes. Algo malo va a pasar. Prepara tus defensas.

Pero lo de este año ha sido demasiado. Después de tantas pérdidas, de tanto esfuerzo por acostumbrarme a lo malo, me ha sucedido algo maravilloso. Este verano, he conocido a alguien. Fue el 31 de agosto. Nunca lo olvidaré. Nadie olvida la primera vez que se enamora. Y menos aún si ese amor es correspondido. Qué feliz momento. Como en una película. Esa mirada, que no se apartaba de mis ojos, la sonrisa que se nos escapaba a los dos… Seguro que sabéis muy bien a lo que me refiero. Me entretuve, charlando en el bosque con él, paseando cogidos de la mano… y no llegué a casa hasta la medianoche, cuando ya era 1 de septiembre.

Mis tres tías me estaban esperando en la puerta. Yo, emocionada, empecé a contarles lo que había sucedido. Lo maravillosamente que me sentía. Sus caras se pusieron muy serias. Que no. Que no puedo volver a verle. Que mi padre no está muerto. Que por fin me pueden llevar a conocerlo. Que conoceré a alguien más acorde a mi posición social.

Creo que ellas pensaron que eran las mejores noticias del mundo. Pero para mí fue como si me arrancasen algo de dentro. No pude más que esconderme en mi cuarto y llorar sin parar. Cuando vinieron a buscarme, ya me dolía la cabeza. Pero tuvimos que irnos. Ya no me quedaban lágrimas. Daba igual, porque fuera estaba lloviendo. Parecía que las estrellas llorasen también por mí, me empaparon. MI dolor me empapaba, por fuera y por dentro.

Y por eso, aquí estoy, hundida en la tristeza, deseando que todo sea mentira. Pero sé que no lo es. Este año he asumido todo lo que me ha pasado. Es como si hubiera perdido la inocencia. Pero sigo sin querer estar en mi piel. Como cada septiembre, desearía que todo esto no hubiera pasado, pero sé que no hay marcha atrás. Seguirá en mi memoria, seguirá siempre echando de menos lo que he perdido: mi casa, mi ilusión, mi primer amor… Mi único deseo, el de una persona sumida en depresión, es dormir mucho; ojalá pudiera dormir hasta que todo hubiera pasado, que el mundo siguiera girando mientras yo sólo descanso y que, cuando despierte, oiga doblar las campanas y sepa que todo el dolor ya ha pasado.

Por eso estoy en este oscuro túnel construido en ladrillos grises. Por eso me acerco a esa luz verdosa que da tanto miedo. Voy hacia el peligro, pero es que ya me da igual. O puede que sea lo que realmente quiero. Porque yo sólo quiero dormir. Por eso, alargo la mano y saboreo el momento en el que mi dedo se posa con fuerza sobre el huso, el dolor cuando se pincha y derrama la primera gota de sangre. Saboreo cómo voy perdiendo la consciencia. Cómo, por fin, mi mente puede descansar, puede olvidar, dormir…

Wake me up when September ends

Estamos de vuelta. En la columna de la derecha te puedes suscribir para leer más historias cantadas.

Imagen: http://spencerwrites.wordpress.com/

Ansiedad

fotograndeansioliticos

—¿Te pido un café?

Me río.

—Supongo que estás de broma. Llevo cinco años sin poder tomarme un café. Pero mira, tú ni te habías fijado. Como hablar con las piedras.

—Estás un poco borde, ¿no?

Me vuelvo a reír. Su cara es un poema.

—Estoy del humor que estoy. Después de mucho tiempo intentando estar bien, acabas hasta las narices de fingir. De todas formas, ya voy yo a la barra. Imagino que tú querrás un té, como siempre. Para mí una tila.

Regreso enseguida. Un poco más y no me da ni las gracias. Es el problema de malacostumbrar a la gente a ser bien dispuestos. Se toman los favores como un derecho. Y luego eres tú el que no tiene derecho a nada.

—Bueno, pues tú dirás.

—No sé, hace mucho que no nos veíamos. Quería saber qué tal estabas.

—Pues te doy la versión que tú entiendes. Estoy bien, sobrevivo. Poco a poco, como te dice la gente cuando no saben cómo responder con una palabra de consuelo porque estás hecho una mierda y ellos tampoco ven salida.

—Madre mía. ¡Qué humor!

—Se siente. Bueno, en realidad, no.

—Pero te lo decía en serio —asegura mi amigo—. Cuéntame qué tan estás. Cuéntame eso de la ansiedad.

—Te lo he contado mil veces. ¿A qué viene eso ahora?

—Joder, ¿no puedo preocuparme por ti?

Cojo la tila entre las manos. Está ardiendo. La loza me calienta los dedos. Los tengo helados.

—Un poco tarde, ¿no? Hace años que he necesitado eso y tú, como tanta gente, como si oyeras llover.

—Qué dura eres.

—Dura es mi situación. Pasarlo francamente mal y que nadie me haya echado un cable, que todo lo que haya recibido haya sido indiferencia. Silencio. Es una pasada tener amigos como tú. En los buenos momentos, eso sí, eres súper majo. Pero vamos, que no te preocupes, he aprendido a vivir con ello. Sé que en el tema de la ansiedad hay mucha desinformación, que no es fácil de entender si no te ha pasado. Pero es mucho más difícil de entender si vas a tu puta bola y haces como que no oyes a la persona que te está pidiendo ayuda.

—Eso no es cierto. Tú no…

—¿Que no? —le corto—. Cada día que hablábamos. Claro que, debí de empezar a darme cuenta de la asimetría de nuestra amistad cuando fui consciente de que, si yo no cogía el teléfono no sabía nada de ti. Nunca me llamabas. Venga, haz memoria…

—No estoy seguro, no me había dado cuenta.

—Pues ya te lo digo yo.

—Bueno, pero cuéntamelo. Así por lo menos, lo entenderé.

—Pues te hago un resumen. Imagínate que te sientes jodidamente débil, como una especie de despojo porque te encuentras mal y únicamente te dicen que tienes que relajarte —mi propia ironía me pita en los oídos—. Imagínate que, de un día para otro, te pones enfermo. Que te mareas cuando vas por la calle. Que te ahogas a todas horas, te falta el aire. Que por las noches te despiertas como si fueras a tener un ataque al corazón y duermas de pena. Tienes todos los músculos agarrotados y doloridos. Muchísima hambre, es de lo poco que te calma un poco. Empiezas a engordar. Luego, para poder por lo menos tener un descanso, empiezas a tomar algo: tila, valeriana, el día que no puedes más, un ansiolítico. Pero, aunque te alivie, eso te jode la vida. Porque estás agotado todo el día. No dejas de tener sueño y, a la vez, eres un manojo de nervios. Porque no puedes tomar café. Joder, llevo cinco años sin tomar café y tú ni te habías fijado.

»¿O es que te creías que esto era como el día que tienes un poco de sueño o te duele un poquitín la cabeza? ¿Como tener nervios antes de un examen? Esto es una enfermedad, que nunca sabes cuándo va a surgir para joderte el día, la noche, la semana o el año. La puta vida entera si le das cancha. Y te sientes una mierda porque sabes que, de alguna manera retorcida y de enfermo, de loco e histérico, tú mismo te has provocado esta mierda. Y te estás haciendo daño, te has cargado tu propia salud y no puedes evitarlo. Imagina que tuvieras fiebre alta así, de vez en cuando, varias veces al día. Sin causa aparente. Pero que tuvieras que seguir así, por un tiempo indefinido. Que te vieras estancado y no supieras cómo huir. Dicen que este tipo de cosas les pasan a las personas que se han mantenido fuertes durante demasiado tiempo. ¡Pues yo sólo me siento un débil despojo! Manda huevos.

Sólo al terminar mi arenga y ver la cara de mi amigo me doy cuenta de que hace un buen rato que me he echado a llorar. Tengo el cuello de la camisa empapado. Me seco rápidamente las lágrimas de la cara. Una persona así no merece que le abra mi alma y exponga mi sufrimiento. Bebo la tila rápido y me quemo los labios, pero hago como si nada.

—¿Pero sabes lo peor de todo? Lo peor no es pasarlo mal. Lo peor es lo sola que me he sentido durante todo este tiempo. Porque nadie me ha ayudado. Ni siquiera hay alguien que haya intentado entenderme. No he hecho más que sentirme fuera de lugar, tener que poner sonrisas falsas, reír con ganas artificiales y llorar con lágrimas que no conseguían siquiera salir. Hacer como si no me hubiese importado, aunque lo he sentido como una puñalada trapera por la espalda. Y cuando ya no podía más, pensaba que aparecería alguien, que alguna de esas personas a las que siempre intenté hacer felices, porque eran mis amigos, porque les quería y se lo demostré siempre que pude, vendría y trataría de animarme. Que alguien me daría un abrazo, al menos. Pero nunca llegó. Sólo consigo seguir adelante porque de vez en cuando me encierro en casa, pongo la música a tope y chillo con la cabeza debajo de la almohada, así nadie me oye. Así que discúlpame si estoy de mal humor, pero nadie ha sido amable conmigo y no será porque no haya pedido ayuda miles o millones de veces.

Él no ha probado el té. Me atrevería a decir que ha palidecido.

—Pero yo no sabía nada de todo esto…

—A otro perro con ese hueso. Te lo he contado. Pero tú estabas más ocupado con planes divertidos como para darte cuenta de que mis mil peticiones de auxilio quería decir precisamente eso: que necesitaba ayuda. Supongo que cuando has tenido una vida más fácil y tus problemas han sido aprobar un examen o tirarte a la rubia de turno, no eres consciente de que existen otros problemas. De todas formas, no te preocupes. Conozco a mucha gente así. Incluso hubo una vez un amigo al que fui a ver, necesitaba hablar, y se había olvidado de mí. No estaba en casa y me quedé bastante tiempo en su portal, con el móvil sin batería, esperando a ver si aparecía. Ya era de noche cuando, al final, me fui. Y ni siquiera me volvió a llamar. No sé, a veces me gustaría ser otra persona, más superficial y despreocupada, con menos aspiraciones e ilusiones. Seguro que me iría mejor. Siendo más egoísta.

»¿Qué pasa? ¿No dices nada?

Él sigue callando.

—Sigo sin entender esta llamada que me has hecho, y tampoco entiendo muy bien por qué he accedido a quedar contigo. Me jode profundamente haber tenido que abrir mi corazón a una persona que me dio la espalda tantísimas veces. ¿Es que has hecho una lista de malas acciones a enmendar, como en la tele?

Mi amigo sigue palideciendo. Comienza a respirar con dificultad. Rebusca en los bolsillos de su chaqueta.

Los ojos se me abren como platos. Ha sacado una caja de Tranquimazín. La abre y veo que está casi acabada, al pastillero le quedan cuatro o cinco cápsulas. A toda prisa, saca una y se la bebe con un pequeño trago del té.

—Por eso querías verme.

Vuelvo a reír. Con muchas más amargura que antes. Me levanto de la mesa y me pongo la cazadora, mientras busco la salida con la mirada.

—¿Pues sabes qué? Te-jo-des —digo, muy despacio, disfrutando de cada sílaba—. Bienvenido a mi mundo.

 

Welcome to my life

Y como no hay nada mejor para los nervios que relajarse un poquito, le damos vacaciones al blog hasta septiembre. Será un suspiro, ¡enseguida estaremos de vuelta!

Y no olvidéis que podéis suscribiros en la columna de la derecha para leer más historias cantadas, porque todos tenemos una historia que cantar.

Imagen: paula.cl

El regreso (por Daniel G. Domínguez)

SONY DSCSábado noche, casa del matrimonio Jiménez-Alba. El matrimonio solía acostarse temprano, a sus setenta y pico años no tenían nada mejor que hacer, no tenían cuerpo para fiestas y la programación nocturna era pésima, así que tras su habitual copa de coñac, Alfonso decidió irse a la cama. Esa noche se encontraba solo, Julia había ido a pasar el fin de semana con su hermana Lucía, que había insistido en que se vieran, ya que necesitaba ayuda para coser unas prendas que debía entregar el lunes.

Nunca le cayó bien su cuñada, para él era una solterona miedosa de compartir una vida, dedicada única y exclusivamente a su profesión, modista, defensora de los débiles cuando ella misma era una de ellos. Para él su esposa era el ejemplo perfecto de mujer, dedicada en cuerpo y alma a su familia, siempre atenta y servicial, con la casa siempre recogida y limpia, y una cocinera excelente.

En verdad, casi nadie le caía bien… Los “amigos” los podía contar con los dedos de una sola mano y se limitaban a compañeros de mus y dominó en el bar que había enfrente del bloque de edificios en el que vivían. Religiosamente todas las mañanas ejercía la vida de jubilado en dicho bar, entre partida y partida, entre copas de anís, orujo o whisky, según le apeteciera… Pepe, el camarero, conocía muy bien a Alfonso, era cliente desde hacía ya mucho, tanto que aunque tenía veinte años menos que él, los mismos que llevaba trabajando en el bar, siempre supo que Alfonso no dejaría de ir ni un solo día. Un cliente de este tipo no se encontraba todos los días, así que procuraba que su copa nunca estuviera vacía.

Llevaba un buen rato acostado sumido en un profundo sueño, cuando despertó sobresaltado. Le había parecido oír el chirriar de la puerta que daba al rellano… Hizo memoria, aunque todo estaba algo nublado, turbio. ¿Echó la cadena antes de irse a dormir? Sabía muy bien que la cerradura no funcionaba, él mismo la rompió una mañana cuando salió dando un portazo, enfadado por algo que ahora no recordaba. No la arregló pese a que hacía un año de aquello, no se llevaba bien con el bricolaje y el manitas de la casa era su único hijo, pero este hacía ya muchísimo tiempo que se había marchado de la casa, buscando independencia y libertad. Le restó importancia al asunto, se convenció a sí mismo de que el sonido provenía de algún sueño o pesadilla. Volvió a cerrar los ojos dispuesto a dormirse.

Una figura humana cruzó la ventana, haciendo parpadear la luz de la farola que entraba por la ventana un instante.

Alfonso abrió los ojos de nuevo, un nudo se formó en su garganta. ¿Sería su cerebro recién despierto jugándole una mala pasada? ¿O alguien habría entrado? Abrió todo lo que pudo los ojos, buscó entre la oscuridad sin resultado alguno. Empezaba a sentirse estúpido y paranoico, sonrió… Fue entonces cuando una sensación muy intensa se clavó en su nuca.

Alguien le estaba observando desde algún rincón oscuro de la habitación, en silencio. El vello se le erizó, el silencio era interrumpido por un leve sonido, apenas perceptible, de la tela de unos pantalones moviéndose al caminar, lentos, muy lentos.

—¿Julia? ¿Eres tú? —dijo con voz temblorosa.

La cama recibió una fuerte sacudida, algo pesado cayó encima de Alfonso aprisionándole brazos y piernas, sintió un golpe en la boca e intentó gritar. Tarde. El sonido de su voz no fluía hacia fuera, solo llegaba un ruido amortiguado, comprendió en seguida que el asaltante se la había tapado. El desconocido le dio la vuelta y con destreza le ató las muñecas y tobillos con bridas, cuando lo hizo volvió a colocarlo en la primera posición, cara a cara. Situó su rostro muy cerca del de Alfonso.

—Mírame bien, contemplarás a alguien que no has visto jamás… —Aquella voz estaba repleta de odio.

El anciano reconoció la voz, los ojos se le tornaron llorosos. Al concentrar su vista la luz de las farolas fue suficiente para ver quién era su asaltante. La bolsa de plástico transparente que le cubrió la cabeza le impidió cerrar los párpados, el aire que intentaba aspirar desesperadamente no llegaba.

El asaltante no apartó su mirada de la de Alfonso ni un solo momento, hasta que este, poco a poco, dejó de forcejear. En un instante cortó las bridas, unos minutos más tarde retiró la bolsa de la cabeza del cuerpo inerte y lo colocó de manera que parecía seguir durmiendo, sin quitarse los guantes de cuero negro que enfundaban sus manos. Ya relajado y sintiéndose muchísimo mejor de lo que lo había hecho en años, volvió a atornillar la cadena de la puerta exterior. Con la misma entrecerrada y desde el rellano con la ayuda del destornillador y retorciendo un poco la mano, la puso como si hubiera sido cerrada desde adentro.

El asaltante abandonó la casa eufórico con una sonrisa en el rostro.

—Ahora la ley la marco yo.

Mírame bien… contemplarás a alguien
que no has visto jamás.
Cachorro ayer, hoy soy león;
ahora, la ley la marco yo.

 

Quería agradecerle al escritor Daniel G. Domínguez su participación en el blog con este relato, espero que os haya gustado tanto como a mí. Podéis leer más relatos de Daniel y su novela Moriendum en su página de Wattpad.

Imagen: http://www.las-drogas.com

Y os recuerdo que en la columna de la derecha podéis suscribiros para leer más historias cantadas.

Entender (especial Día del Orgullo Gay)

women-huggingVacío. Los huecos que deja una persona cuando se va son golpes silenciosos que te destruyen, poquito a poco, mientras quieres luchar contra esa realidad: la de una cama vacía, una habitación sin desorden, un baño que no está lleno de vapor cuando yo voy a entrar. Ya no abres la ventana después de ducharte para que entre aire fresco. Porque tú ya no estás.

La verdad es que me vuelve loca no tenerte aquí. Cada vez que suena el teléfono corro a contestarlo y rezo: que sea ella, que sea ella, por favor… Pero nunca eres tú. Voy por la calle esperando verte caminar, con tus siempre seguros pasos pero con tu mirada asustadiza. Pero todos los días acabo llorando, sola en casa, por la noche, pensando en que lo más probable es que ni siquiera te asomes a la ventana de dondequiera que estés para mirar a tu antiguo barrio. Que te has ido.

Pero yo sigo, como una tonta, pensando que lo mismo una tarde cualquiera, cuando haya bajado la guardia, nos crucemos por la calle, tal vez en el centro de la ciudad, que pueda preguntarte qué tal estás, que vea que tienes buena cara… Para mí hasta el día más nublado se inundaría con los rayos del sol con volver a verte sólo una vez.

Pero han pasado ya… ¿cuántos? ¿Tres años, cuatro? Mi vida está patas arriba y sigo sin poder dejar de pensar en ti. En cuánto te echo de menos. Soñando con ese día nublado en que volvamos a encontrarnos. O en que algún día vengas a verme. Te quiero tanto que nunca dejaré de echarte de menos.

¿Y sabes lo peor? Lo peor es saber que fue todo culpa mía. No quiero excusarme, pero sí te suplico que intentes entenderme. Entender. En ese verbo ha estado siempre la clave de nuestra relación y de tantas otras. Sabes que soy vieja, que vengo de un mundo donde no todo se veía como ahora. Que me habían enseñado que algunas cosas están mal, son pecado, son raras. Que hay que avergonzarse de ellas, luchar, rezar mucho, ir a un médico para que te cure. Pero luego pienso en cuánto te quiero y vuelvo a decirme, una y otra vez, que el amor nunca puede ser malo. Es lo mejor que hay en nosotros. Nunca deberíamos avergonzarnos de sentir amor. Y la persona objeto de él siempre debería sentirse algo más que halagada. Por eso yo me rompo en mil pedazos cada vez que pienso que es posible que ya no me quieras. Que me odies.

He hecho un esfuerzo sobrehumano para llegar a estas conclusiones. Y también para entender no sólo que el amor nunca es malo, sino que tampoco es raro. Que no colgamos el cartel de raros a las personas con los ojos azules, ni a los que se dedican a rodar documentales. Que algo de menor frecuencia en las estadísticas es únicamente menos habitual. No es malo. No te convierte en un esperpento. ¿Cómo pude poner esa etiqueta? Nadie se merece ser tildado de raro por una convención social. Nadie merece que se le juzgue por una sola característica de su ser que, después de todo, es tan válida como las demás.

No he puesto remitente a esta carta. He pensado que así, tal vez, esta vez sí que la abras en lugar de romperla y tirarla a la basura. He encontrado en tu habitación aquel CD que tanto te gustaba y que te olvidaste cuando te fuiste, con tu canción preferida, y lo he metido en el sobre. Un pequeño cebo, lo sé. Una trampa de vieja. Pero si no me respondes, si no me perdonas, iré a verte. No puedo soportarlo más. Sé que estás sola y sé que estás sufriendo. No he vuelto a dormir desde que tu hermano me contó lo de tu enfermedad. Y que ni siquiera te atreves a decirle la realidad. Él cree que es más grave de lo que dices. Por eso me gustaría pedirte, una vez más, que me perdones. Lo haré una y otra vez. Sabes que nuestra casa es humilde, pero que siempre habrá un hueco para ti. Que yo voy a cuidarte hasta el final. Que no quiero ni puedo permitir que estés sola en estos momentos. Luché mucho porque no me importase que “entendieras”, como lo decís vosotros. No es sólo que no me importe, es que me siento tan orgullosa de ti, de que hayas sido capaz de pelear contra tanto rechazo para poder ser quien eres, la mejor versión de ti misma, como todos deberíamos luchar por ser. Hija mía, tal vez yo no entiendo. Pero he luchado con todas mis fuerzas por comprender. Y ahora sé que yo no entiendo, pero que sí te entiendo. Por favor, perdóname. Déjame cuidarte. Vuelve a casa. Te quiero.

 

Mamá

 

Espero tener la oportunidad

para poder demostrar

que nadie más te cuida y que sólo yo te entiendo.

 

 

Este relato está escrito específicamente para la revista Gay+Art como colaboración al número especial del Día del Orgullo Gay. creo que la concienciación sobre esta situación y la lucha por la desaparición de la discriminación al colectivo LGTB es una de las principales causas que deben ocupar la parte de la historia que nos toca vivir. Con este relato he querido poner mi granito de arena.

Y os recuerdo que podéis suscribiros en la columna de la derecha para leer más historias cantadas.

Imagen: thehouseofhendrix.com